Los orígenes precisos del ballet se ubican en Francia. El Rey Luis XIV, conocido como el Rey Sol, marcó las bases de lo que es entendido como danza clásica y fundó, en 1661 en París, la primera escuela de danza del mundo occidental: la Academia Real de Danza.
La palabra ballet tiene su origen en la palabra latina ballare que quiere decir ‘bailar’. El ballet se inicia con las mascaradas que se realizaban en las cortes italianas durante el Renacimiento, cuando los grandes banquetes de la nobleza eran amenizados por obras de teatro, bufones, danza y pantomima. Durante esas grandes comilonas, los cortesanos y cortesanas se levantaban a bailar entre cada platillo. La danza era, en esta época, una actividad en la que todos participaban. Más adelante, hacia el siglo XVII, las mascaradas se desplazaron hacia espacios escénicos. Entonces, al término del banquete, se llevaba a cabo una danza protagonizada, en este caso, sólo por el Rey y por los cortesanos. Esto marcaba el gran final de la reunión.
La creación de la Academia Real de la Danza por el Rey Sol convierte a la danza en una profesión. En esta época, por tradición, las representaciones de teatro y de danza eran interpretadas únicamente por hombres, quienes asumían por igual caracteres masculinos y femeninos. Las mujeres no participaron en la danza profesional hasta el siglo XVIII. En ese siglo, también, surgen las primeras tentativas de elevarse sobre las puntas de los pies, con la intención de dar realce a la bailarina y crear impresión de ligereza. Finalmente, en el siglo XIX, alrededor del 1832, Filipo Taglioni es el primero en construir las primeras zapatillas de punta para ser utilizadas por su hija, la legendaria bailarina italiana, Marie Taglioni, figura central en el inicio de la época romántica del ballet. Tales son los orígenes del ballet y de la danza europea.
Pero la historia de la danza es muy anterior: es la historia del ser humano que camina sobre dos piernas e intenta moverse siempre hacia arriba. Este anhelo también se plasma en las construcciones de altísimas torres, de imponentes edificaciones, en la creación de aviones, de naves espaciales… He ahí algunas muestras de la constante intención de elevación y de cambio que revela la voluntad humana de dominar a la naturaleza.
La danza es movimiento, la danza es vida. Se mueve la célula, se mueve la molécula, se mueve la energía, se mueven los planetas, nos movemos nosotros. Si bien la danza como actividad profesional, en Europa, se inicia en la mitad de 1600, como manifestación y expresión de vida, ha acompañado a la humanidad desde sus albores. Todos los pueblos del mundo han danzado, cada uno expresando su forma de vivir, según su entorno y su clima. Las circunstancias determinan un temperamento particular: los esquimales, por ejemplo, tienen danzas que consisten en imitar a las focas; los pueblos de Nueva Zelanda bailan gritando y haciendo muecas para espantar al enemigo y a los malos espíritus. Así, existen numerosos ejemplos dentro de la diversidad de culturas y de expresiones que pueblan al mundo.
También las danzas escénicas se adaptan y expresan las vivencias, necesidades o expectativas de cada momento, de cada época. Al respecto puede mencionarse La mesa verde, famosa coreografía realizada en 1932 en Alemania, por Kurt Joss, en estrecha relación con el ascenso del Nazismo en Europa. En esta pieza, aparece una gran mesa alrededor de la cual se reúnen los políticos a discutir los asuntos de la guerra que está por surgir. Entonces, se deja ver la miseria a la que se somete a los pueblos. La pieza culmina con un símbolo del desastre y de la muerte. Tal fue Kurt Joss, un visionario.
El devenir del ballet
Ahora bien, lo que diferencia al ballet de otras formas de la danza es su técnica. Esta técnica, que tuvo su origen en Italia y que fue establecida en Francia, luego se expandió paulatinamente hacia Inglaterra, Rusia y otros países europeos. La disciplina de la danza clásica aspira a sobrepasar las limitaciones del cuerpo humano y reta las leyes de la física: los saltos, los giros y las zapatillas de punta pretenden convertir al cuerpo humano en un instrumento exaltado mágicamente por la práctica constante y por la mente orientada hacia una voluntad de libertad.Con el paso de los siglos, la danza en Occidente ha buscado nuevas posibilidades de expresión. Es así como surgió ese compendio complejo que se denomina, por comodidad, danza contemporánea. La danza contemporánea, en términos generales, busca formas de expresión menos apegadas que la danza clásica a una vocación aérea e ideal del ser humano y del cuerpo. Estas formas de danza exploran una libertad más asociada a las realidades del mundo. Las bailarinas y coreógrafas Isadora Duncan y Loie Fuller fueron pioneras de este género. La Fuller utilizaba amplísimas telas, que manipulaba con bastones, simulando grandes aves o mariposas; también llevaba a cabo representaciones al aire libre, en bosques y planicies, que ella misma filmaba. Hacia la década de 1920, Martha Graham crea una técnica innovadora en los Estados Unidos. La propuesta consiste en bailar con los pies descalzos que se arraigan en el piso. Además, se utiliza el abdomen como centro de expresión de emociones, se hacen torsiones, se danza sobre el suelo como una búsqueda de conexión con la tierra, lejos ya de aquellas nociones de corte, nobleza o monarquía, que evoca el ballet.Sin embargo, el ballet continúa su tradición y su búsqueda, no sólo como danza de museo, sino como un lenguaje del que pueden utilizarse sus técnicas depuradas para un trabajo corporal minucioso y estudiado.
Es por esto que el ballet sigue adelante desarrollando nuevas temáticas e incorporando diversas modalidades de movimiento tomadas de las tendencias modernas. Por ejemplo, Maurice Béjart sentó precedentes de esta relectura del ballet, en el siglo XX. Luego, William Forsythe, coreógrafo neoyorquino instalado desde la década de 1990 en Francia, ha dado a la técnica del ballet y a las puntas una dinámica contemporánea diferente.Actualmente, existen muchos creadores que utilizan de manera extraordinaria la combinación de ballet clásico y de danza contemporánea. Un ejemplo es la compañía de Édouard Lock, La La Human Steps, de Canadá. Y no pueden dejar de nombrarse, en esta síntesis, cuatro grandes coreógrafos europeos como Mats Ek, de Suecia; el checo Jirí Kylián; Ohad Naharin, de Israel, director de la agrupación Batsheva Dance Company; y Nacho Duato, en España.Por su parte, como una expresión propia de la Posmodernidad, surge en Europa la danza-teatro. Este estilo, busca, desde la década de 1970, la teatralidad del cuerpo que acaso se mueve menos e intenta expresar más las emociones, antes que demostrar habilidades físicas.
En Alemania, trabajan Pina Bausch y Reinhild Hoffmann. En Bélgica, destaca la compañía Rosas, de Anne Teresa De Keersmaeker. En Francia, se instala la norteamericana Carolyn Carlson.Aquí y allá, emergen grupos que investigan nuevas expresiones. Hay quienes trabajan con personas que no bailan, es decir, incorporan a sus compañías intérpretes muy altos o pasados de peso, y llevan a cabo creaciones inquietantes que transitan por el humor, la farsa y el trabajo del payaso. Tal es el caso de Wim Vandekeybus, de Bélgica, cuyas obras extraordinarias emplean elementos escenográficos complejos y un protagónico acompañamiento musical. En Francia, en esta línea de trabajo, se encuentran: Jean-Claude Gallotta, Angelin Preljocaj, Maguy Marin, Karine Saporta, Régine Chopinot, Phillippe Decouflé, entre otros.Este es un boceto del universo extraordinario que es la danza, en sus realizaciones europeas. Pero el universo de la danza puede extenderse también hacia el Oriente. Deberían mencionarse, en ese caso, por ejemplo, los maravillosos giros de los derviches; la danza de los países asiáticos (de donde la danza europea contemporánea toma elementos para enriquecer su lenguaje), o los mágicos escenarios de la compañía Sankai Juku o del Legend Lin Dance Theatre… Tantas y tantas propuestas pueden mencionarse… Pero, por ahora, nos quedamos flotando en el mundo del movimiento… y sus misterios.
Por Coral Zayas
Por Coral Zayas
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